Los resultados de las últimas elecciones para conformar el Parlamento de la Unión Europea muestran un preocupante giro del electorado desde posiciones centristas hacia las que se podrían definir como posiciones de izquierda y derecha radicales, así estos conceptos estén actualmente en debate.
Probablemente Francia muestra con más claridad este cambio por la “derecha” y España por la “izquierda”, y, en forma muy parecida a lo que sucedió en la primera mitad del siglo pasado, tienen muchos referentes en los Gobiernos denominados populistas en esta región del mundo.
A su vez, los partidos tradicionales, por llamarlos de algún modo, muestran también síntomas que se pueden encontrar en América, como una indiferencia suicida ante las demandas de la ciudadanía, la corrupción generalizada y las prácticas afines una vez alcanzado el poder, olvidando el discurso de la campaña electoral. Ello, producto de haber abandonado, sistemáticamente, valores y principios para enarbolar un pragmatismo indecente que tiene como único objetivo mantenerse en el poder, al punto, salvo honrosas excepciones, que para el electorado es indiferente apostar por uno u otro porque se habría cedido demasiado espacio a lo no político en la gestión pública, subordinándola a los intereses del capital financiero internacional y el desarrollo de un proceso de globalización excluyente.
Así, todo indica que la gente se ha cansado de ello y que ha decidido apoyar otras alternativas cuyo discurso radical les llega más cerca porque se dirige a su situación cotidiana y tiene la ventaja de haber estado al margen del ejercicio del poder, especialmente para enfrentar la profunda crisis económica de la que aún no logra salir Europa.
Pero si esta situación de por sí es preocupante, lo es más si se revisa la historia del continente y particularmente la de del siglo pasado que luego de una profunda crisis económica se dio paso a regímenes totalitarios que, al margen de una retórica disímil, fueron tremendamente similares en la concepción de una sociedad sumisa, racista, en la que el ciudadano sólo valía en función a su servicio al grupo de poder, que se autoproclamaba ser su más fiel expresión.
Pero, al mismo tiempo no se puede olvidar el fundamental aporte que ha dado el Viejo Continente al desarrollo de la humanidad en la estructuración de Estados democráticos y el respeto a los derechos fundamentales.
Es frente a ello que también se puede interpretar este preocupante resultado electoral como un severo llamado de atención al sistema político partidario y ayude a evitar que por la desorientación y la desconfianza que dominan a las sociedades europeas retornen al ejercicio del poder corrientes totalitarias que, como las del pasado, pueden poner en peligro incluso la paz mundial y revertir la estructura de defensa de los derechos humanos.
En todo caso, este resultado confirma los cambios que está viviendo el mundo sin que aún hayan variado los viejos sistemas de análisis. En ese contexto, habrá que insistir, el mensaje más importante pareciera ser que la política debe dejar de estar subordinada al capital y los operadores políticos deben reasumir su papel de ser intermediarios entre la sociedad y el Estado, agregando demandas y presentando programas que estén decididos a cumplir si llegan al poder y no a negociarlas por causas de interés particular.