Hace más de ocho años uno de nuestros columnistas expresó que Bolivia se estaba convirtiendo en ‘Bloquivia’. Con preocupante pena podemos constatar esa dura realidad en estos días de septiembre de 2012. La manía bloqueadora persiste; prácticamente se ha transformado en una perversa cultura que permea todos los aspectos de la vida boliviana. Se bloquea por cualquier razón, pero siempre se bloquea. El tema de fondo es que con ese tipo de acciones se distorsiona por completo el normal flujo de bienes, personas y servicios, al mismo tiempo que se arruinan las escasas carreteras con las que el país cuenta para su vinculación externa e interna.
En algunos casos la situación llega a ser insoportable por la ingente pérdida económica producto de los aberrantes bloqueos y ante la desesperación de la gente por llegar a sus destinos. Es más, cada tanto se producen escenas violentas, acicateadas, además, por la falta de autoridad estatal para evitar desmanes de unos u otros.
Ya lo expresamos en una anterior oportunidad, lo reiteramos ahora: bajo estas condiciones de bloqueos sistemáticos y reiterativos jamás podrá nuestro país cumplir con su sano e histórico postulado diplomático de ser tierra de contactos, de ser bisagra entre regiones del continente por encontrarse en el centro sudamericano. De seguir como estamos, nadie querrá pasar por nuestro país ante el peligro inminente de quedar varado, sea persona o sea carga. Esa es la triste situación del momento.
Resulta inevitable recordar que quien ahora se encuentra a la cabeza del Estado, el presidente Evo Morales Ayma, fue en el reciente pasado uno de los principales propulsores de esta maléfica cultura del bloqueo. Ahora, él y sus seguidores pagan las consecuencias, junto con todos los atribulados bolivianos que también sufrimos por causa de tanto corte de rutas, el que brota y rebrota a lo largo de los cuatro puntos cardinales de nuestro extenso territorio.
En el importante tema de los corredores interoceánicos, debe recordarse que hay muchos intereses económicos internacionales. Nadie querrá arriesgarse a realizar un paso incierto por territorio boliviano donde, aunque hubiera excelentes caminos, la probabilidad de bloqueos es muy alta. Transportistas y productores extranjeros preferirán otras alternativas. Así de lamentables son las consecuencias; no hay que cegarse.
Este tan perjudicial e involutivo proceso bloqueador se da en paralelo con la desesperación e impotencia de la ciudadanía en su conjunto. Hemos llegado a un punto tal que los días sin bloqueos son los anormales, ya que lo normal es estar bloqueado permanentemente en algún punto del país. Así, lo anormal se ha transformado en normal. En una suerte de cruel patología social se aprende a ser peor, no a ser mejor. Preocupante para el futuro inmediato de Bolivia resulta esta reiterativa situación, esta persistente cultura del bloqueo.