Un ciudadano de clase media, con recursos necesariamente limitados para costear una supervivencia que no sale de lo común, debe por ello doble admiración a un régimen que permite pasar la prueba sin mayores penurias, ni erogaciones extras
De una consulta de rutina fui derivado al gran centro de emergencia de un hospital universitario con más de 5.000 camas permanentes, para profundizar sobre la sospecha de un virus mortal, que en este caso resultó siendo la pícara “Proteus Mirabilis”, nombre casi romántico para una bacteria perniciosa que se adentra en el mismo organismo humano y provoca destrozos sin fin.
Tuve la inmensa fortuna de disponer de recursos sin límite. Detectar el embrollo les tomó a los expertos tres días. Identificado el malhechor en el sistema urinario, correspondía atacarlo con un antibiótico igual de certero y esperemos eficaz, el Ciprofloxacin Hexal que durante un periódico de 10 días, no dejará en paz al asesino persiguiéndolo por todos los medios y por todos los recovecos en que pretende dominar.
El más efectivo tratamiento a través del catéter se inició en la emergencia aunque médicos y enfermeras avisan que proseguirá en el hogar y otra vez de retorno al gran centro, habrá que realizar los indispensables estudios y determinar las acciones a seguir hasta eliminar totalmente el peligro que puso en apuros a mi cansada humanidad próxima a los 80 años de existencia.
Comparo el destino de una gran mayoría de compatriotas que no tienen la suerte, primero, de recibir un diagnóstico acertado. Luego fui remitido al centro más adecuado para ejecutar las medidas que la salud humana requiere sin demora alguna. ¿Cuántos muchos, no obstante toda la parafernalia oficialista en torno a los servicios médicos, no pasan en Bolivia del primer diagnóstico y pare de contar? Dejamos de lado al pequeño grupo de ciudadanos que tienen los recursos para costearse un tratamiento privado, en clínicas privadas, con médicos privados y pueden pagar análisis y medicinas que en nuestro medio son de altísimos costos.
En cualquier país los costos de internación de un paciente en un centro de salud son altísimos, prohibitivos si provinieran de la billetera particular. Un ciudadano de clase media, con recursos necesariamente limitados para costear una supervivencia que no sale de lo común, debe por ello doble admiración a un régimen que permite pasar la prueba sin mayores penurias, ni erogaciones extras. En ello radica “el vivir bien”, en la certeza de contar con el hermano mayor que atiende a los más débiles y necesitados con igual premura y delicadeza que al más dotado de la comunidad. Plenamente justificado el pago de un impuesto solidario, previsto para atender circunstancias de emergencia de las que depende la salud, el disfrute de los bienes de la tierra y ser el sujeto que se beneficia de la ciencia, la tecnología, los conocimientos avanzados de una medicina que está allí, al servicio del hombre, del ciudadano que cumple regularmente con el pago de sus impuestos.
¡Oh maravilla! ¡Qué no dar para que los bolivianos pudiesen disfrutar de esta invalorable atención médica individualizada y efectiva!
El autor es periodista.