El Presidente del Estado Laico Plurinacional de Bolivia, fuerte crítico de la Iglesia Católica y cada vez más apasionado defensor de la cosmovisión andina (imperativos políticos), fue el encargado de inaugurar oficialmente la gigantesca imagen de la Virgen del Socavón de Oruro. Virgen que simboliza varias cosas; la fundamental, la religión católica, pero también la incuestionable presencia del pasado colonial, el sincretismo que la vincula con la idea de la Madre Tierra, y finalmente un referente de identidad colectiva orureña especialmente ligada al Carnaval.
El Presidente ratificó con ese acto oficial, como el buen mestizo que es, la permanencia inextricable de un pasado que funde lo prehispánico y lo colonial con el presente, y de paso vulneró como ya lo había hecho en el Titicaca en ocasión del resurgimiento del mito de Thunupa el pasado diciembre, el Artículo 4 de la CPE que dice claramente: “El Estado es independiente de la religión”.
No hay posibilidad alguna de que el solsticio de verano de 2012 y menos el 22 de enero de 2006, creen una nueva cosmovisión y erradiquen la profunda y mezclada espiritualidad boliviana tan fuertemente permeada por el mundo prehispánico y el catolicismo.
El Carnaval comienza el viernes en el crepúsculo como fiesta religiosa católica, con una procesión que tiene toda la simbología crística, presidida por el sacerdote y sus acólitos, con cirios y oraciones que están dominadas por el Ave María. El sábado un sonido envolvente se apropia de todo y de todos, comienza la magnífica entrada en la que estalla la luz y sale el alma subterránea de diablos, morenos, tobas, tarabucos, llameros, tinkus… bailan sin hesitar, muchos de los bailarines socorridos por interminables vasos de espumante cerveza. Cada fraternidad está acompañada de una banda que crece en sus poderosos sonidos, se apropia del baile y se vuelve escenografía. Truenan los instrumentos de viento que hacen la melodía, tubas, trombones, trompetas, platillos, todos inventados en Europa y trasladados a los Andes sin los que el ritmo “propio” del carnaval andino sería simplemente impensable. El aire está mezclado como está todo mezclado.
Los arrogantes diablos tendrán que pasar dos pruebas imprescindibles. Primero, el auto sacramental, forma teatral de origen español que tuvo en Calderón de la Barca su figura mayor. En una representación delante del templo del Socavón los siete pecados capitales, representados cada uno por un diablo de la fraternidad “Ferroviaria”, desafían a Dios y le dicen al público cuál es la naturaleza del pecado que encarnan. Uno a uno bailan retando a Dios. Al terminar el último, la ira que destruye con violencia su máscara, aparece el Arcángel San Miguel que anuncia que viene enviado por Dios para destruir el mal y va derrotando sucesivamente a los siete pecados que acaban prosternados ante la espada flamígera del Ángel. Segundo, cada fraternidad al terminar su paso triunfal por la ciudad llega a las puertas del templo. Antes de entrar sus miembros se arrodillan, se quitan la máscara y avanzan de hinojos por el centro de la nave principal de la iglesia hasta llegar al altar donde está entronizada la Virgen del Socavón. El párroco trae consigo un manto ricamente bordado (decenas se acumulan en el ajuar de la Virgen que han sido donados por los “pasantes” de cada año del carnaval) con el que cubre a cada bailarín, que reza mientras el manto se posa sobre su cabeza. Dos mujeres, la Madre de Dios y la “China Supay” la mujer diablo, personaje central de la diablada, representan dos vértices simbólicos de bien y de mal, de la belleza y la bondad casi abstractas y de la intensidad sexual ilimitada que celebra la fiesta como “pecado”. Pero hay más, la Virgen es literalmente la “Pachamama” está fundida en ella, es la matrona del socavón, la protectora de la mina. Los diablos que se han arrodillado a sus pies son el diablo, el “Tío” de la mina, el que está con el pene erecto en la entrada del socavón garantizando a los mineros que le hacen ofrendas de coca, tabaco y alcohol su seguridad y su éxito en la persecución de la veta. El Tío es también un dios. Dios, Tios, Tio, la lengua ha transformado una palabra en otra. No es ya la idea del diablo como encarnación del mal, sino del personaje divinizado que es parte del mundo de abajo en la lógica andina, en la que no se describe el cielo o el infierno al modo cristiano, sino la convivencia paralela de dos mundos que se complementan entre sí. La última ironía, la Virgen del Socavón es mujer, en la tradición indígena ninguna mujer puede entrar al socavón porque trae mala suerte. La amalgama es total.
El Carnaval de Oruro como todos los carnavales que se celebran en el país, esencia cultural de nuestras identidades, es un gigantesco e interminable canto al mestizaje.
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