Lo primero que prometió fue que en su gobierno no iba a ver “ni un solo muerto”. Luego el suelo boliviano se fue tiñendo de sangre, y en cada gota se escribió una mentira. Después todo comenzó a ser una rueda de engaños. Tanto tiempo ha transcurrido entre esa primera mentira y la última que con cada una de ellas se ha ido tejiendo un aguayo en el que puede caber todo. Y así es. A lo largo de estos diez años de uso del Poder Bolivia ha conocido el límite de la desvergüenza, cinismo y conducta delincuencial como nunca en su historia y eso que ha tenido capítulos muy serios con esa mezcla descrita.
En nombre del socialismo disimulado con eufemismos comunitarios, indigenistas y costumbristas, se ha construido un esqueleto monstruoso denominado “proceso de cambio”. El proceso ha sido denominado Estado Plurinacional, basado en una pseudo constitución creada para inocular la idea del cambio. Esta constitución nació entre bayonetas, sangre y demagogia. Por tanto su propio origen estaba destinado a ser la raíz de todos los males.
Y ahora Bolivia camina sin rumbo, tantas cosas se han confundido y otras tantas se han mezclado que es muy difícil reconocer lo genuino de lo falsario, la verdad de la mentira y lo legal de lo delincuencial. Este mundo onírico del que no se puede despertar ha llenado el vacío dejado por todo lo que se construyó antes de octubre de 2003. Y es tan cierto que luego de esa etapa de verdaderos cambios y estrategias de desarrollo no hay nada que podamos afirmar sea una muestra de cambios y caminos de corrección.
Tanto dinero recibido gracias a esas estrategias económicas diseñadas en la década de los noventa y tanto derroche vertido sin ningún resultado son la mejor demostración del tiempo perdido. Los frutos recolectados fueron sembrados por otros. Indebidamente apropiados y mostrados como el resultado de un esfuerzo que nunca tuvieron.
En Bolivia suceden hechos impensables para otras sociedades. Tenemos un Presidente relacionado con la coca su producción y comercialización, mal hombre y mal padre es decir el peor ejemplo que un ciudadano pueda tener, pero es aplaudido. Un Vicepresidente que urde asesinatos para destrozar a la oposición política, crea empresas para beneficiar a su familia, que se adjudica títulos profesionales inexistentes pero trabaja como profesor universitario, se inventa tesis sociales absurdas que son disertadas en ámbitos universitarios como si fueran algo serio, pero es soportado y se le entrega el Poder real de definir ministros y decretos.
Bolivia no tiene los problemas objetivos de Venezuela porque ese esqueleto construido sostiene un sistema liberal y capitalista que no fue tocado más por ignorancia para cambiarlo que por convencimiento y ha generado antes que un socialismo un capitalismo salvaje, donde la explotación de los recursos naturales como la minería, forestación y la producción de la coca se hacen sin ningún control estatal serio. El comercio ilegal (contrabando) es el que sostiene al 70 por ciento de la informalidad económica y las inversiones del gobierno sirven para generar una capa burocrática que acumula riqueza en función a la corrupción y prebenda.
Este circuito es el que “llama la atención” de los organismos financieros por los resultados macro económicos que arroja y es el que recibe la calificación de “bueno”. En una clara demostración de que para el capitalismo no importan los medios sino los fines.
El capitalismo salvaje extractivo que tiene Bolivia junto con el andamiaje político que ampara una economía ilegal, ha terminado por convencer que ahora se vive mejor. Mientras la realidad de la pobreza indígena se muestra en las calles de las urbes y el olvido rural del agua potable, energía eléctrica y salud continúan igual que antes, con edificaciones de canchas de fútbol y postas sanitarias sin personal que las atienda.
Bolivia es un país olvidado por la comunidad internacional, que solo mueve la vista hacía él cuando los sucesos de sangre, corrupción y escándalos se producen para dedicarle algunos titulares. Más allá de ello Bolivia no se visibiliza. Y no tiene un rol ni peso internacional como para que los sucesos políticos que se producen en su interior genere consecuencias en su entorno externo. Con excepción de la actividad delincuencial de la coca y la cocaína que invade las fronteras vecinas quienes comienzan a dar señales de alarma.
No será entonces, como en el caso venezolano, que Bolivia llame la atención, por sucesos de contenido económico, pero indefectiblemente lo hará por el crecimiento y fortalecimiento de la actividad del narcotráfico.
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