Jóvenes refugiados encuentran un hogar en la música pero Suecia podría negarles el asilo
GOTEMBURGO, Suecia – Cualquiera que haya asistido al concierto de la Orquesta de Sueños, celebrado a fines de octubre, pudo contemplar a un grupo de 25 chicos tocando con buena actitud, una que otra nota en falso, y mucho ritmo. Sus rostros, iluminados por sonrisas plenas, ejecutaron piezas como “Now The Day Is Over”, el “Himno a la alegría” de Beethoven, “Sultan Qalbam” del afgano Ahmad Zahir, “Inuk’s Coming Of Age”, y el “Merengue venezolano del primer dedo”.
La mayoría de ellos proviene de Medio Oriente: son refugiados musulmanes que tocaron en una iglesia luterana bajo la conducción de un director católico que apuesta por la música para cambiar sus vidas.
“En la Orquesta de Sueños tenemos jóvenes de países en guerra como Afganistán y Siria, además de otros que provienen de naciones con problemas terribles como Eritrea o Albania. Pero todos ellos están unidos por el amor a la música que les ayuda a superar sus miedos y traumas”, explica Ron Álvarez, un músico venezolano de 30 años que en junio creó la Orquesta de Sueños de El Sistema Suecia, una agrupación integrada por jóvenes refugiados ubicados en Gotemburgo.
Álvarez fue formado en El Sistema Nacional de Orquestas y Coros Juveniles e Infantiles de Venezuela, una obra social y cultural del Estado venezolano con más de 40 años de experiencia en la creación de un exitoso método de enseñanza musical que favorece la integración de jóvenes de bajos recursos en Venezuela. El sistema ha inspirado el establecimiento de proyectos similares en más de 60 países del mundo.
Eso explica por qué Mustafa Hussaini, un joven afgano de 17 años y con solo dos semanas de aprendizaje del corno —una especie de trompeta—, pudo tocar esa noche. “Viví en Afganistán y Pakistán y allá nunca estudié música. Cuando toqué esa noche no lo podía creer, me temblaban las manos de la emoción”, dice.
Mustafa es un joven delgado, moreno y de ojos alegres que cuando está con sus compañeros de la orquesta hace bromas todo el tiempo. Pero su semblante se ensombrece al recordar que puede ser deportado en cualquier momento. “Salí de Afganistán a los dos años y medio porque, como somos chiitas, estaban amenazando a mi papá. En Pakistán los talibanes lo mataron y tuve que huir a Irán”, explica, y baja la mirada.
Vivía en Quetta (Pakistán) y tenía 14 años cuando asesinaron a su padre. En Irán fue perseguido por la policía y, cuando no estaba escondido, trabajaba recolectando objetos de metal en las calles hasta que se unió a la enorme masa de caminantes que atraviesan las fronteras y el mar hasta Grecia para llegar a Europa. La muerte de hombres, mujeres y niños por deshidratación, ahogamientos, cansancio y robos es una estampa fija en su memoria.
En Grecia estuvo en el campo de refugiados que se instaló en la paradisiaca isla de Kos. De allí pasó a Serbia, Austria y Alemania en una travesía de cuatro meses hasta que otros afganos le dijeron que tomara los trenes hasta Suecia porque la gente de allá era muy amable.
“Aunque tengo un año y medio en Suecia, la oficina de migración no me quiere aprobar el asilo porque dicen que tengo 18 años y no tengo una identificación para demostrar que soy menor de edad. Todos mis papeles se perdieron en el viaje y por eso me sacaron del campo de refugiados en el que estaba viviendo”, dice entre sollozos.
Mustafa vivió varios días en las calles de Gotemburgo hasta que lo entrevistaron en un programa de radio y una pareja sueca que lo escuchó se lo llevó a su casa en Partille, un pueblo cercano. Este joven apeló a la primera decisión de las autoridades migratorias y espera poder seguir tocando en la orquesta junto con sus amigos: “Ahora con mis manos y mi boca hago sonidos hermosos en el corno, eso nunca antes me había pasado. No quiero abandonar la música ni dejar de estudiar en Suecia. Me da mucho miedo volver a la guerra”.
Un viraje político
Durante una visita reciente a Malmö, ciudad que se ha convertido en la puerta de entrada para decenas de miles de personas que huyen de los conflictos armados en el Medio Oriente, el papa Francisco elogió la hospitalidad de los suecos: “Bienaventurados son aquellos que miran a los ojos de los abandonados y marginados y les muestran su cercanía”, dijo.
Desde el fin de la Segunda Guerra Mundial, Suecia ha construido una reputación de tolerancia y respeto que la han convertido en un destino histórico para los refugiados de países de América Latina, Medio Oriente y Asia. En 2015 acogió a 163.000 refugiados, una cifra que supera a la de cualquier otra nación de la Unión Europea en proporción a su cantidad de habitantes.
Sin embargo, en noviembre de 2015, el primer ministro sueco, Stefan Löfven, declaró: “Estamos adaptando la legislación sueca temporalmente para que las personas elijan buscar asilo en otros países. Necesitamos un respiro”. Esto marcó el inicio de una serie de medidas que podría implicar la deportación de entre 60.000 y 80.000 personas a las que les han denegado la solicitud de asilo.
En el caso de comunidades como la afgana, el 85 por ciento de sus peticiones han sido rechazadas, y el gobierno sueco les ofrece a los deportados una ayuda de relocalización de 8000 euros una vez que se han marchado del país. El gobierno ha estimado que estas restricciones durarán unos tres años con el fin de reducir el número de solicitudes de asilo.
El 22 de octubre, dos días antes del concierto de la Orquesta de Sueños, la comunidad afgana se reunió en la plaza Gustaf Adolfs, una de las más grandes de Gotemburgo, para exigir que se detuvieran las deportaciones forzosas, se investigara lo que había pasado con quienes ya fueron deportados y tratar de detener las nuevas leyes de asilo.
Aunque pudo ser una coincidencia, el cambio en las políticas ocurrió después de los ataques terroristas de París, que desataron en Suecia un fin de semana de pánico cuando un presunto miembro del Estado Islámico fue arrestado en un centro de acogida de refugiados. Sin embargo, el hombre fue liberado sin cargos.
En enero, una trabajadora social fue asesinada a puñaladas por un refugiado de 15 años en un centro para inmigrantes en Mölndal, cerca de Gotemburgo, y en octubre hubo dos incendios en instalaciones para solicitantes de asilo ubicadas en Estocolmo, la capital de Suecia.
“No podemos juzgar a toda una comunidad por algunos incidentes aislados. Este país no tiene una crisis de refugiados, los refugiados son los que huyen de las verdaderas crisis. Tenemos infraestructura y una economía que puede ayudarlos”, explicó Katja Finger, miembro de Save the Children que participó en la manifestación de Gotemburgo.
Las primeras ausencias
Mustafa Hussaini es uno de los miles de jóvenes que esperan una respuesta pero su caso no es el único en la Orquesta de Sueños.
Wehad Alhad Salh es sirio, tiene 11 años y hace 12 meses llegó desde Urfa, Turquía, pero no ha recibido ninguna respuesta de las autoridades migratorias. Toca con disciplina el violín en la orquesta y dice que Siria es el “país más bello del mundo”, pero sin guerra.
“Nosotros no hemos llegado a Suecia porque queremos dinero o comida, solo deseamos vivir en un sitio donde no haya guerra. Queremos una vida mejor para nosotros, eso es todo lo que anhelamos”, dice Wehad mientras sostiene el arco de su violín.
Esa también es la situación de Zahra Alrahim, de 17 años, quien huyó de Bagdad y espera por la respuesta de migración mientras vive en un campo de refugiados. En sus ratos libres toca la flauta en la orquesta y ríe cuando habla de su experiencia: “He descubierto que me encanta la música y desde que conocí a Ron quiero estudiar más. Tal vez algún día pueda llegar a ser profesional”.
Del grupo de 25 jóvenes que tocaron el 24 de octubre ya habrá un primer deportado. Los gemelos albanos Melvin y Kelvin Lala fueron de los primeros en incorporarse al proyecto. Ambos tocan violín y ensayan obsesivamente para mejorar su nivel. Melvin, quien había logrado ser el concertino de la orquesta, acaba de recibir la noticia de que será deportado a Alemania, donde las autoridades migratorias tomaron sus huellas y es muy probable que sea devuelto a su país.
“Me he vuelto loco por la música, desde que empecé con esto no paro de tocar. Me ha cambiado la vida haber conocido a mis amigos de la orquesta y cuando toco me relajo. Me olvido de todos los problemas que tenía en casa”, dijo Melvin en una entrevista reciente.
Ante la adversidad de estas decisiones, Álvarez, el director de la orquesta, parece multiplicarse. Como parte de El Sistema Suecia imparte clases a profesores de música de diversas regiones del país, viaja constantemente para asesorar el surgimiento de proyectos similares con refugiados y su esfuerzo parece estar dando frutos. Ya hay conversaciones para una nueva orquesta de refugiados en Estocolmo.
“La verdad es que descanso cuando doy clases, a veces trabajo 20 días seguidos y descanso uno”, explica con una sonrisa.
Una de las pocas tristezas que empañó la alegría del primer recital de la orquesta fue la ausencia de Wehad, quien luego de asistir a todos los ensayos no pudo presentarse junto a sus compañeros porque fue reubicado, sin previo aviso, por su trabajador social. Sin embargo, Álvarez luchó hasta localizarlo y logró que volviera a los ensayos, aunque ahora vive a hora y media de Gotemburgo.
“Estos jóvenes refugiados van a recibir toda mi ayuda para demostrarle a las autoridades que a través de la música se están integrando”, dice el director. “No les puedo prometer que van a permanecer en Suecia, pero sí les he jurado que lo que han aprendido les va a cambiar la vida adondequiera que vayan porque la música nunca se acaba”.
© 2016 The New York Times Company
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